El manto de hojas rojizas y anaranjadas que cubre mi ciudad ya hace patente la temida y a la vez romántica estación de otoño. Ahora sí, el verano se esfuma y da paso al paraguas y a las botas de agua. Ahora, más que nunca, me apetece encerrarme en la cocina y vislumbrar el abanico de colores a la vez que preparo un té calentito y horneo un bizcocho. Y qué mejor para disfrutar de este momento, que sentarse en una cocina con encanto y pegar la nariz a la ventana para embobarse con el baile de la lluvia.
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